Vivimos en un tiempo de vértigo, donde en la cultura se superponen lenguajes, tiempo y proyectos. Vivimos en una aceleración de la historia donde puede apreciarse una cultura “fast” que influye en nuestras relaciones y en nuestra manera de ver y atender al otro. Anselm Grün da una descripción típica de nuestra época y habla de la Akedia que la caracteriza.
(por Lorena Ubini, Argentina)
Anselm Grün entiende por Akedia, la incapacidad de estar en calma, de estar en el instante, de aceptar lo que sucede en ese momento. Existen actitudes que surgen como consecuencia de la Akedia, y que nos alejan de la disponibilidad que requiere un buen escucha.Grün sostiene que “el medicamento para la Akedia es el cuidado en todo lo que se realiza, la aceptación de la quietud y el disfrute de una tensión sana con el presente”.
El esquema de comunicación muy conocido por todos: emisor-medio-receptor que hemos aprendido, hace ya un tiempo, resulta insuficiente para comprender la comunicación humana. Aún más lo es, si se trata de asumir el desafío de explorar la escucha de los niños.
La comunicación humana es múltiple, cariada y cambiante. Mientras escuchamos a una persona oímos sus palabras, vemos sus actitudes corporales y hasta nos pueden conmover sus gestos.La posibilidad de esta captación está íntimamente relacionada con nuestra capacidad de vincularnos.
• Escuchar no es sólo oír
Usamos escuchar como una disponibilidad, como sensibilidad entre escuchar y ser escuchado. Escucha que no sólo se centra en lo auditivo sino en todos los sentidos: vista, tacto, gusto... Mirar forma parte de escuchar. La observación puede ayudar a los adultos a comprender mejor la forma en que los niños reaccionan en su entorno, las opciones que toman y las conexiones que establecen.
Hoy, los adultos (quizá por falta de vínculo con la naturaleza), estamos cada vez más centrados en la vista y el oído, descuidando la información y la posibilidad de comunicación que nos brindan el tacto y el olfato. El tacto requiere especial atención por parte del educador, sobre todo con los niños que asisten al jardín maternal. Este constituye una función central del contacto.
La bibliografía relacionada con el tema, como Gestal, Psicodrama y Neurolingüística, refuerzan la influencia importante y benéfica que podemos ejercer sobre otra persona con un “sostener” amoroso, una caricia, un escuchar tomando de la mano a un niño que nos transmite su mensaje. Desde el “no tocar” que hemos vivido cada uno de nosotros en la infancia y desde el miedo de acercarnos demasiado a otro ser, miedo que puede haberse gestado en nuestra propia historia personal, tenemos que crear un clima del tacto interpersonal. El tacto interpersonal requiere apertura, paciencia y práctica.
La educación está atravesada por la inmediatez de la cotidianeidad, por eso hablamos de un tiempo del escuchar. Un tiempo fuera del tiempo cronológico, un tiempo pleno de silencio, de pausas largas, de espacio interior. En este sentido el poder escuchar al otro implica el saber escucharse a sí mismo.
Escuchar a los niños tiene que ver con creer en sus potencialidades, con tomar en serio sus posibilidades de hipotetizar, con valorar la expresión de sus sentimientos. En fin, con creer que cada etapa de su crecimiento es digna de ser respetada y acompañada. Cuando el niño se siente escuchado, al expresar sus teorías o interpretar de determinada manera un problema, se siente reconocido desde su intuición, desde su capacidad de expresarse a través de los diferentes códigos que maneja. De este modo genera confianza en sí mismo, legitima su posibilidad de confrontar lo que piensa en un diálogo. El diálogo lo llevará a la comprensión y a la conciencia de poner a prueba sus ideas, de imaginar nuevas formas de simbolizar.
• Escuchar y hablar a los bebés
En cuanto a los bebés, muchos adultos, creen, frente a su incapacidad de hablar, que ésta se une a su incapacidad de comprender. El ejercicio de escuchar a los niños y a las niñas, estando atento a sus reacciones permite contactarse con los planos más sensibles y advertir la capacidad de comprensión que ellos tienen, aún con sus pocos meses de vida. Los niños viven en el seno de nuestras emociones y sienten como propias las sensaciones de las mamás, y en gran medida, las de las docentes con quienes establecen relaciones estrechas y estables. Por eso, es útil contarles con palabras lo que pasa o lo que nos pasa. De esta manera, los ayudamos a encontrar cierta lógica a los sentimientos confusos que a veces experimentan. Solemos creer que manteniéndolos al margen de nuestros estados emocionales o de lo que está pasando en el entorno, los cuidamos mejor. No es así, a menudo el llanto, las conductas inapropiadas, las dificultades de relacionarse con los otros provienen de la incomprensión del bebé respecto de lo que está pasando. El mundo se vuelve hostil cuando no comprendemos lo que pasa.
• Nombrar las situaciones con palabras, acompasarla con voz serena, tranquiliza al bebé que va comprendiendo la relación que existe entre lo que el otro hace y dice.
• Es aconsejable hablar en primera persona, esto genera mayor acercamiento y el mensaje resulta más claro tanto para el que lo emite como para el que los recibe.
• A veces una situación puede encerrar conflicto, ponerla en palabras la descomprime y ubica al niño en la dimensión de lo posible. Así por ejemplo: Alejandra le dice a un niño que tiene dos años: “quiero que me des el lápiz, porque este libro tan lindo no es para escribirlo, es para mirarlo. Si querés dibujar te doy una hoja... si estás cansada de mirar ese libro te doy otro”.
Ser buen escucha y hablar con el niño desde temprana edad en forma sencilla, involucrándonos empáticamente con él, promueve el encuentro y un equilibrio entre vigor y ternura. Dos opuestos necesarios en la comunicación para poner límites y dar razones valederas que los sustenten.
Extracto de un texto de la Lic. Lilia Fornisari de Menegazzo,
Fundación Vínculo, citado en el Newsletter Número 3 del Jardín de infantes Sunshine.